miércoles, 14 de octubre de 2009
MATEO CELMA O EVOCANDO A AIMÉ CESAIRE
«El olvido crece a orillas de un río turbulento. / Del río se ignora dónde nace / y el sitio donde desemboca./ Su nombre es breve, / pero nadie es capaz de recordarlo».
El río también pueden ser los días, el río de Heráclito nunca es el mismo, porque el tiempo son los días y el agua es la mudanza que se expresa fluida, en movimiento. Y la poesía es una botella, un mensaje que se lleva la corriente, una voz, quizás una letanía, tan similar al rumor del mar que se oculta entre sus pliegues.
Transparencia. Ausencia. La brecha que tiene el vacío cuando sentimos el desnivel de esperar ver a alguien y no está. De pronto, la orilla y el olvido, que dice el poeta Francisco Hernández en el pie de este texto. Viva recomendación de que lo leas, lector que me has seguido hasta aquí: Palabras más, palabras menos (Pretextos), o bien Imán para fantasmas (Ediciones Era, México).
Por cierto que este último poemario bien encaja para hablar de Mateo Celma, cuya ausencia en el Sabadell me ha dado ese desnivel, la brusquedad del vacío. Mateo Celma es Aimé Cesaire, el poeta al que da voz recreativa como ventrílocuo el también poeta Hernández.
Más allá de Salvador Díaz Mirón y Rubén Darío, de quienes bebe hasta la imitación, Hernández se refugia en la Veracruz de la infancia, en la isla antillana originaria que revisita Cesaire en su «Cuaderno de un regreso al país natal» y que le revuelve y le reinventa. Entonces Mateo Celma sería el mar azul que daña de tan azul, sería el palmeral repleto de cocos como palabras redondas y preñadas de zumos blancos, de zumos verdes, de zumos rojos. Celma sería Cesaire evocado por Hernández, Celma sería el olvido recordado, el intenso presente que se hizo de pronto pasado.
Amigo Mateo: tienes la consistencia de la luz. «El sol te cerca, te apaña, te seduce / provocándote una sed de Huída».
Amigo Mateo, te recuerdo bajo el sol siracusano –que sigue siendo sol aunque se diga luna de noche–, formando parte de la incursión sabadellense en Europa hace cinco años.
Amigo Mateo, te recuerdo expandiendo humanidad en la mañana estrangulada y con minarete de Split, cuando, como un drama, se había derrumbado el equipo frágil y joven ante el contundente Vouliagmeni.
Amigo Mateo, te recuerdo haciendo esperar media hora, una hora, en el autobús al deífico Orizzonte de Catania, con todas sus diosas enojadas, a la salida del aeropuerto de Amsterdam. Querías fumar o te perdiste y apareciste con las risas.
Amigo Mateo, te recuerdo en cada una de las cinco ligas absolutas ganadas, en la fotografía de los títulos juveniles. En tu cabeza más allá de la pobreza del waterpolo por el waterpolo.
Amigo Mateo, te recuerdo dispensando cercanías o compartiendo admiración por el inclasificable Punset.
Pero ahora todo se dispersa. Ahora siento el desnivel. Ahora el equipo zarpa, mañana saldrá de viaje de nuevo, ya surca otra vez el equipo el mar de las hazañas. Me atrevo a poner en boca del equipo este poema de Francisco Hernández para Aimé Cesaire:
«Déjame recordarte las gastadas palabras de siempre,
los armarios que encierran la humedad de los puertos
y el sabor a betel que dejas en mis labios
cuando desapareces en el aire.
Déjame tender tu cabello a la sombra
para que la penumbra madure como el día.
Déjame ser una ciudad inmensa, un bote de cerveza
o el fruto desollado ante la espiga.
Déjame recordarte dónde me ahogué de niño
y por qué hace brillar mi sangre la tristeza.
O déjame tirado en la banqueta, cubierto de periódicos,
mientras la nave de los locos zarpa
hacia las islas griegas».
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