viernes, 17 de octubre de 2008

DAVID VIDAL, EL KAMIKAZE QUE QUIEREN OLVIDAR

Engullendo nubes y brumas,
dispuesta a atravesar el camino
de la montaña de los crisantemos
(Kikusha-ni)

Kamikaze (viento divino) fue el nombre que los japoneses le dieron a los tifones que en 1273 y 1279 salvaron al Japón, dispersando la flota de invasión de Kublai Khan. Siete siglos más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, se llamó kamikazes o shimpus a los pilotos de avión entrenados para realizar misiones suicidas.
Nunca fue bien visto fuera del Sabadell, pero lo cierto es que contribuyó de forma decisiva al crecimiento del equipo sabadellense. Fue el eslabón de la cadena que conectó el trabajo con la cantera iniciado por Miquel Martínez con aquel conjunto campeón bautizado como 'las chicas de oro' y que luego moldearían Rupert Navarro y Xavier Balaguer.
David Vidal fue un kamikaze del waterpolo. Lo recuerdo de niño, cuando jugaba en las categorías inferiores del Club y destacaba por su agresividad, por su hambre de victoria, por su determinación. Era un pequeño samurai.
En 1996 cogió las riendas de un equipo femenino que llevaba una década larga de subcampeonatos: el Mediterrani era su pesadilla. David supo aprovechar la entrada de esa generación del milagro, encabezada por Mercè Vallès, la mezcló con orden con la vieja guardia de Sara Hidalgo, Isabel Bonet, Blanca Yubero o Montse Casanovas, se trajo a Patricia del Soto de las filas del enemigo y, cuatro años más tarde, el Sabadell conquistaba su primera Liga.
Vidal fue un kamikaze, con las ideas muy claras de lo que quería: una pauta. Y la pauta era inquebrantable. El Sabadell era una máquina, un ingenio programado para no fallar. El entrenador exigía concentración, una nueva época, y sus jugadoras le seguían lealmente en ese código de honor.
Tal y como dejara escrito el segundo teniente Suszuk antes de despegar en su misión sin retorno, «hay personas que amamos, en quienes pensamos y muchas memorias inolvidables. Sin embargo, con eso no podemos ganar la guerra».
Nunca fue bien visto David Vidal fuera del Sabadell, cuyo equipo femenino patronó hasta el año 2001. Nunca fue bien visto, pero ganó la guerra. Después de ganar la segunda Liga consecutiva, decidió marcharse por circunstancias vitales y personales. Había cumplido con su seppuku (suicidio por honor).
Los historiadores serios puntualizan que los kamikazes no actuaban de manera irracional, sino que se presentaban voluntarios y conscientes de lo que hacían, siguiendo un entrenamiento exhaustivo y entregando la vida por el bien de la patria. Respondían a un sentido del honor hasta el límite, a una cultura que consideraba ese acto de entrega máxima como un símbolo de belleza por sobrepasar el límite de lo humano.
Vidal tenía su propio ideal máximo, la victoria.
Le recuerdo en la localidad checa de Plzen, en la fase semifinal de la primera participación del Sabadell en Copa de Europa, en el 2001. El Sabadell perdió con el Uralotchka ruso, ganó al equipo local y perdió en el choque decisivo con el Szentes húngaro por un gol, en un partido de infarto que clasificaba para la final four. David fue expulsado. En la invisible jaula en la que se debatía aún horas después del pitido final, con una aparente calma de jardín zen, se adivinaban las nubes y brumas que engullía.
Atravesó el camino de la montaña de los crisantemos y dio saltos explosionado de alegría en la piscina Josep Vallès del Mediterrani, en junio de ese mismo año, con la segunda Liga. Llegó a los crisantemos y desapareció envuelto en una bruma de pétalos blancos para no volver más a las piscinas.
¿A cuento de qué le he devuelto a la vida deportiva? Para frenar el abuso del olvido, para al menos dejar humilde constancia de aquellos hechos, de aquel personaje.
Hoy mismo, consultando la página web de la Real Federación Española de Natación, alguien ha olvidado poner su nombre en la foto de la selección nacional que quedó cuarta en el Europeo de Sevilla'97, y de la que se hace noticia recordatoria (http://www.rfen.es/publicacion/noticias/noticia_desarrollo.asp?n=1743&i=). Están todos los nombres, delegada incluida, menos el de David Vidal, que aparece agachado, con su entonces excéntrico teñido. Porque llegó a ser segundo entrenador del equipo nacional.
Como nunca fue bien visto y como es la misma fotografía que aparece en el documentadísimo libro 'Historia del waterpolo español', de Juan Antonio Sierra, del que la Federación Española es colaborador y donde sí figuran todos los nombres, a uno le ha dado un cierto resquemor.
常にまで , David !

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