viernes, 25 de diciembre de 2009

LA VERDAD TAMBIÉN ME ALCANZARÁ A MÍ


Toda mi vida persiguiendo a la diosa de la verdad, toda mi dedicación y todos mis sueños. Su mano, abanico de luces y su voz, destilación de un delirio místico, me han acompañado en el principio de cada uno de mis movimientos, diluyéndose en la décima de segundo del asombro.
Esta diosa innominada que le reveló a Parménides el secreto del ser, limitado pero perfecto, esférico y omniscente, también me alcanzará a mí el día en que confluyan la noche y el día, el paraíso y el infierno. La realidad última de las cosas, dejó escrito el de Elea, principia en un camino y un carro que guían las Helíades, las hijas del sol.
A lo alto del éter te conducen las muchachas que van de la luz a la Luz, “destocando sus sienes de los velos con sus manos”, las de las blandas palabras, las que persuaden a abrir los portones que guardan la verdad del mundo si te has comprometido con la ley y la justicia.
Sólo con ese frágil ideal las Helíades pueden liberar el cerrojo. Ley y justicia, orden e integridad. Y la diosa innominada tomará tu diestra para recorrer rutas de persuasión, “los únicos caminos de búsqueda que cabe concebir”.
Y como en un tiempo sin tiempo, en un pliegue fuera del discurrir de la vida, el planeta quieto y completo se abrirá ante mis ojos.
Hijas de Helios que todo lo sabe, sed mis aurigas.

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