"Cuando volvamos a Atenas -dice Katsimbalis, el excepcional personaje recreado por Henry Miller en 'El coloso de Marusi'- le leeré trozos de Yannopoulos. Le leeré lo que dice de las rocas, sólo de las rocas, nada más que de ellas. Usted no puede saber lo que es una roca hasta que no haya escuchado lo que de ella ha escrito Yannopoulos. Habla de las rocas durante páginas y páginas, y cuando no encuentra rocas para seguir delirando, entonces las inventa. La gente dice que Yannopoulos estaba chiflado. No estaba chiflado, estaba loco".
Hay una corriente de fondo en este texto que me conmueve, que me mueve con ella. Desde luego que hay que ensayar siempre, en todo momento de esta burda y monocromática realidad, esa divinal locura. A pesar de las incomprensiones, gracias a las incomprensiones.
"Su voz era demasiado potente para su cuerpo, y le consumió. Era como Ícaro; el sol le fundió las alas. Subió demasiado alto. Era un águila (...) Estaba fuera de toda proporción".
Recuperaré más adelante a este Katsambalis de Miller. Seguro.
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