lunes, 19 de mayo de 2008

¿LA MIRADA CONVENCIONAL O LA MIRADA NUEVA?

El premio es para los audaces, decimos. Y para quienes tienen mirada nueva. Así que no. No nos vengan repitiendo el discurso convencional, la mirada de los albaranes y los estados de cuentas. No.
En agosto de 1888, en Port Aven, sur de Francia, un grupo de pintores astragados del academicismo de París, buscan en aquelarre de personalidades un camino más auténtico.
Paul Sérusier hace un ejercicio pictórico, un pequeño lienzo de 27x21,5 cm, el tamaño de una tapa de caja de puros. Una escena simple: una hilera de árboles reflejados en un estanque, 'El bosque del amor' fue su primer título.
Pero el bueno de Sérousier no estaba satisfecho. Tal vez se diera cuenta de su convencionalismo. No es esto, no es esto, rumiaría. De modo que se dirigió a Paul Gauguin, totem del grupo seguramente por su vitalismo y su carácter visionario. Quería saber la opinión del 'monstruo'.
- ¿Cómo ve usted esos árboles? –le preguntó Gauguin.
- ¿Los árboles? Verdes, naturalmente -respondió extrañado Sérusier.
- Le estoy preguntando, amigo Sérusier, cómo los ve usted.
Desconcertado, no sabía qué decirle. ¿Cómo demonios se supone que son los árboles? Hojas verdes en distintas tonalidades. Eso no admite dudas. ¿O sí?
- ¿Cómo los ve usted? -insistió el 'monstruo' impacientándose.

Izda.: 'El talismán' (1888), de Paul Sérusier; Dcha.: Arearea (Joyeuseté) (1892), de Paul Gauguin

Pero, pero... Sérusier entonces emitió un silencioso grito interior. ¿Y si...? Había permanecido durante horas frente a aquella vista, abstrayendo las formas, las luces, luchando por capturarlo con la pintura. Había estado removiéndose en la cama, por las noches, inquieto: un reflejo amarillo de las copas de los árboles le atormentaba. Aparecía apenas unos minutos, en la hora áurea del atardecer, arrasando las tonalidades 'auténticas' del paisaje. Era aquel amarillo, el que no le dejaba descansar, aquel amarillo lo que se le presentaba en sueños, aquel amarillo el que le turbaba infinitamente.
Aquel amarillo. ¡Claro!
- ¡Amarillos! ¡Los árboles son amarillos!
- ¿Amarillos! Bien –asintió satisfecho Gauguin–. Pues entonces, ponga amarillo en esos árboles, amarillo sobre amarillo.
Sérusier reía y reía como un trastornado, conmovido y arrasado por la emoción.
- Y, dígame, esa sombra gris de la fronda, ¿de qué color es?
- Azul. ¡Azul! Bendito sea el azul.
- Pues píntela azul marino puro, tal y como le sale del tubo de pintura, sin matices.
- Y aquellas hojas más claras, serán rojas. Las pintaré bermellón.
- La realidad no tiene matices –continuó Gauguin–. La naturaleza es cruda, salvaje, primitiva, y nosotros somos naturaleza. Hay que recuperar la mirada pura, hay que pintar desde dentro, hay que fundirse con los árboles, con el agua, con los espíritus del mundo. Sea usted el paisaje, amigo Sérusier, sea usted la pintura.

Paul Sérusier pintó al fin su cuadro, el suyo y no el de la convención. Amarillo sobre amarillo. Y lo rebautizó como 'El talismán'. El impacto de esta 'tapa de caja de puros' fue inmediato: aquel estilo, aquella nueva mirada dio lugar a un movimiento, el de los 'naib' (profetas en hebreo), que contribuyó de manera decisiva en la evolución de la pintura del siglo XX.
¿Qué mirada queremos para nuestro waterpolo femenino del Club Natació Sabadell? ¿La convencional de las propuestas monótonas o la original que seamos capaces de crear, plena, ilusionante, nueva?

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