lunes, 9 de febrero de 2009

OLGA DOMÉNECH, LA CLELIA DEL ASTRALPOOL


En el siglo VII antes de Cristo, cuando Roma pugnaba por hacerse su propio espacio entre sabinos, umbros, volscos y etruscos, emprendió su singular aventura histórica al decidir gobernarse sin reyes. La expulsión de los Tarquinios, linaje de monarcas símbolo del despotismo, el degenere y la crueldad, supuso la excusa perfecta para los poderosos etruscos de la vecina ciudad de Veyes para el ataque a una ascendente Roma, ciudad que crecía rápidamente gracias a su apertura y leyes francas, que amenazaba su supremacía en la región.
La rápida iniciativa etrusca -táctica fundamental en aquella época y lugar- le confirió una gran ventaja a Veyes, que llegó a las puertas de Roma y la sitió. Aquella guerra de supervivencia que describe de forma vehemente Tito Livio en Ad Urbe Condita (Historia de Roma desde su Fundación), un libro clásico para los estudiantes de latín (cuando los había), fue el modelo legendario que inspiró, siglos después el ideal del carácter romano: determinado, sobrio y audaz, o dicho a modo auténtico: virtus, ratio y fides (virtud, razón y fidelidad).

En aquella serie de batallas en el cerco a Roma por el rey etrusco Porsena, el texto de Tito Livio está plagado de actos heroicos que se convirtieron en época imperial en modelos para la gloriosa historia de una civilización que es la base de nuestro mundo actual. Allí aparecen los nombres de héroes como el osado Gayo Mucio, quien una vez capturado se quemó una mano impertérrito en un brasero ante Porsena para demostrar el poco valor del cuerpo de los jóvenes romanos frente a sus miras de gloria; o el de Horacio Cocles, soldado que defendió con éxito en solitario un puente por el que el enemigo iba a entrar en el Palatino y el Capitolio, corazón de Roma.
Tan apurada era la situación militar y tan íntegro el espíritu de la joven Roma, que los héroes se multiplicaban por doquier, asombrando y dificultando por igual el asedio de las tropas de Veyes.
La campaña europea del Club Natació Astralpool, el equipo revelación en la Copa de Europa femenina, refleja el crecimiento de cierta ansia o idea de gloria de un club que quiere hacerse su hueco. En esta lucha por la supervivencia, frente a enemigos más antiguos y poderosos, se multiplican las hazañas y las protagonistas.
Maica García, Noeki Klein, Cristina López o Mati Ortiz suenan en la cabeza de cualquier aficionado. Ellas han demostrado una y otra vez ser la espina dorsal de este equipo. Son la fuerza de choque.

Y ahí aparece Clelia, una doncella que formaba parte de un grupo de rehenes que custodiaba los etruscos. Henchida de ese mismo espíritu glorioso y de ese carácter amante de la libertad, Clelia convenció a todas las muchachas prisioneras a escapar de sus captores. Burlando a la guardia y guiando a ese singular grupo, las llevó a la orilla del río Tíber. Allí, bajo una lluvia de proyectiles, las convenció para lanzarse al agua y alcanzar a nado la orilla controlada por los romanos. Clelia condujo ilesas a todas sus compañeras de cautiverio, devolviéndolas a sus familias.
Olga Doménech, una jugadora de apariencia frágil, ha aparecido en dos momentos cuando parecía que el enemigo hacía hincar la rodilla al Astralpool. Primero, en Dos Hermanas, cuando el Mediterrani se puso por delante en el marcador y amenazaba con llevarse la final de la Copa de la Reina. La segunda, para noquear a un Kirishi ruso que iba a llevarse la victoria en el partido de ida de los Cuartos de Final de la Copa de Europa, en Can Llong. Olga apareció auspiciada por la gloria de sus hermanas de equipo y las lideró en el agua con la audacia de las doncellas heroínas: mirando al cielo remachó su gol de asombro y precipitó a las rusas a su desastre.

Porsena, cuando tuvo conocimiento del hecho, montó en cólera. Pero luego valorando la heroicidad demostrada por la doncella, asegura Tito Livio que la alabó en público y le permitió elegir un número añadido de cautivos romanos para que fuesen liberados.
Sus conciudadanos también supieron reconocer el valor de Clelia, erigiéndole una estatua ecuestre (¡algo inaudito para una mujer en aquel tiempo!) en lo alto de la Vía Sacra.

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