domingo, 15 de marzo de 2009

MEMORIAS DEL SABADELL ASTRALPOOL EN EL BOSQUE DE MICHAISLOWSKI


En el bosque de Michaislowski, en 1949, el poeta comunista se henchía del aire puro, del cielo, de la obra soviética. Millares de campesinos, vestidos con trajes antiguos de fiesta, escuchaban recitar los versos de Pushkin. “Todo aquello palpitaba: hombres, hojas, extensiones en que el trigo nuevo comenzaba a vivir”, relata Pablo Neruda en sus memorias Confieso que he vivido.
Los millones de abedules del bosque de Michaislowski, en la región de San Petersburgo, oscilaban como un único azul, como un trazo grueso entre el bloque gris del cielo y el bloque blanco de la nieve. Una cápsula de vida, el Sabadell Astralpool, se adentraba en la Rusia infinita con un pensamiento clavado en la frente: robarle un verso a la Historia y regresar con una rama de fresca victoria en las sienes.
El movimiento de los abedules tapizados de hielo, la pureza trasparente del aire, los grandes ríos galopando cosacos en la corriente, el invierno esperando el alba de las espigas. El corazón de Neruda serpenteaba en aquel país enorme, melancólico, que se construía/derruía a sí mismo, una tierra extrema con idénticas promesas de fracaso y de apoteosis.
El Sabadell Astralpool se presentaba en Rusia con la gran incógnita en la mochila. El empate de Can Llong y el viaje, el larguísimo viaje y los avatares. Y el Kirishi. Como una cápsula de tiempo disparada para la infinitud o para la colisión. Sin términos medios. En las praderas heladas crecían nubes sin volumen, el gris opaco del metal de las batallas.
“De aquellos poemas en el bosque de Michaislowski ¬¬–continúa Pablo Neruda¬- tenía que surgir alguna vez el hombre que volaría hacia otros planetas”. Pero, de pronto, una lluvia torrencial descargó sobre la multitud. El gris opaco y metálico creció hasta cubrir la poesía, y la gente corrió a refugiarse bajo los abedules. Pushkin, el empate en Can Llong, el trigo nuevo, la cápsula se diluyeron y, de pronto, un rayo cayó sobre un árbol, calcinando también a quien se había cobijado.
Neruda termina este relato asegurando que todo, la naturaleza brutal, la lluvia, la poesía de Pushkin, formaban ya parte de él, le concernían. Del mismo modo, todo: el viaje, la brutalidad del golpe, el metal de las batallas, los enjuagues del dinero negro y la Len, forman parte de las memorias del Sabadell.

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