miércoles, 23 de abril de 2008

MONICA SANTOS, EL MITO DE LA WATERPOLISTA PACIENTE


Quizás ha sido el alma de las ‘chicas de oro’, aquel atinado sobrenombre con que se bautizó a un equipo o a un lustro largo de jugadoras irrepetibles. A una voluntad absoluta de triunfo que lleva seis ligas y cinco Copas de la Reina.
Alma porque siempre estuvo en el meollo. Otras jugadoras más caninas atrajeron los focos y dieron la plástica del rostro del waterpolo local. Mónica estaba en un segundo plano, en el corazón interior, palpitando en cada pase inteligente, en cada demolición defensiva. El juego de Mónica Santos ha sido un regalo semanal. Durante años esta mujer lectora de pases y de quites, intuitiva de ritmos, palanca de estrategias, ha dibujado líneas perfectas en las ondas hipnóticas del agua. Ha sido el orden y el tempo, y la memoria intacta de la ruta a seguir en la intrincada escena que es un partido de waterpolo.

La década del Sabadell
Mónica ha sido durante años el alma elegante, la inteligencia que arma el mecano que es un equipo, ese organismo complejo y complicado, esa suma de equilibrios sostenida por una vagarosa idea de unicidad. Mónica ha sido la linfa que ha vitalizado al CNS hasta ser el mejor equipo de España de esta década que ya se consume a sí misma y que lleva el nombre de Sabadell, pese a la olvidada y triste gloria en que se ha movido esta especialidad, la más laureada de una ciudad que sabía de deporte.
Pudo haberse retirado dos años antes con idéntico y callado orgullo, pero las urgencias de una sección en renovación continua prolongaron su carrera. Su sacrificio por el equipo le llevó incluso a jugar como boya, a ella, una estilista modeladora de
jugadas. El Club, falto de sus estrellas, emigradas, apagadas o desaparecidas de este mundo, echó mano de la experiencia de Mónica, que tuvo que aparecer en todos los frentes. Patxi, su ahora marido, esperó.
Su capacidad de sacrificio hizo que asumiera el descenso a los infiernos que fue perder una Liga y una Copa de la Reina en Can Llong y salir goleadas de las contiendas europeas, antes ocasiones para el prestigio. Se rompió un dedo contra las aristas marmóreas de las boyas griegas, pero ella, como la abnegada Penélope, siguió tejiendo la tela: nadie se enteró de sus noches de dolor. Y estuvo en las finales perdidas, cargando a sus espaldas el desgastado recuerdo de las chicas de oro, trabajando a la espera de que maduraran las nuevas hebras, a que regresaran los buenos tiempos, las épicas de las victorias y los títulos.

Apoteosis y fin
Al fin, la temporada pasada, el CNS recuperó el trono perdido. En la explosión de júbilo que vivió la Bombonera, al fin, Mónica lloró. Fue protagonista sin quererlo porque todas las compañeras la señalaron, dedicándole el título de Liga. Y derramó sus lágrimas porque a un tiempo vio su misión cumplida y el final de su carrera, como los héroes en una dramaturgia clásica.
Clásica, como ha llegado a ser Mónica Santos, que ahora vive ascendida y deífica en la grada de Can Llong los sábados, día de partido. Clásica y discreta, Mónica ha devenido sabia y, aunque medita el doblete de Copa y Liga que se avecina, sigue sabiendo que el waterpolo femenino es el resultado de todos los sacrificios personales.

2 comentarios:

Mónica dijo...

Álex, no había visto este blog, gracias por tus palabras. Aún me emociono al recordar aquel día. Este deporte ha sido muy especial para mi y me doy cuanta ahora que lo veo desde fuera.
Un beso

Alex Holgado dijo...

Es cierto, suele suceder que hasta que no se ven las cosas desde fuera, uno no las aprecia en toda su extensión. Pero siempre llevarás dentro este deporte y las emociones que te ha dado. Las gracias hay que dártelas a ti. Un abrazo.