martes, 23 de septiembre de 2008

MONSTER FISHING


El pescador de tiburones más célebre del planeta, Frank Mundus, acaba de fallecer. «La singladura de este cazador temerario llegaba a puerto el pasado 10 de septiembre, tras un infarto que echó el cierre a sus 82 años de incesantes aventuras», concluye un obituario en la prensa.
Decenas de fotografías en blanco y negro muestran al «artífice de asombrosas capturas» junto a impresionantes mandíbulas, hileras de dientes sonriendo a la cámara con el rictus del espanto de su mismo terror de pez, del instante mismo de la muerte.
Pero uno intuye que Frank Mundus no es Frank Mundus el épico, ni el audaz. Sino sólo una foto de dientes y de espantos de escualo. Decenas, centenares de fotos circenses que promocionaron su próspero negocio turístico de caza de tiburones, Monster Fishing. Y en un puerto de Long Island cuelga de un pescante una réplica del trofeo mayor, en cuyas fauces de gomaespuma los turistas introducen la cabeza. Para la foto, claro.

¡Qué lejos de la épica y desde luego de la superación personal, de la dignidad y de la emoción!

Gregorio Fuentes, en cambio, era un viejo pescador cubano. Toda una vida en el mar, una vida de mar en el Gulf Stream, donde pescaba ya solo, acompañado de sus pensamientos y recuerdos y sus cánceres de sol. Solo con sus tres meses ya sin atrapar un pez.
Un aprendiz, Manolito, le veía regresar todos los días con el bote vacío de capturas, con la vela remendada con sacos de harina, como «una bandera en permanente derrota», y escuchaba decir con tristeza que el viejo «estaba definitiva y rematadamente salado, lo cual era la peor forma de la mala suerte».
Tanto era así que incluso sus padres le ordenaron que acompañara a otros pescadores, otros pescadores vigorosos y con buen hado, otros pescadores incluso como Frank Mundus, brillantes de escamas, llamativos como tiburones, con los que en la primera semana cogió tres buenos peces.

Pero el muchacho siempre bajaba a ayudar al viejo a descargar los rollos de sedal y el arpón. El viejo era para él tan sabio y antiguo como el mar, más digno que todos los otros pescadores juntos.
Un día Gregorio desatracó con la intención de no regresar sin conseguir la pieza, esa captura que se fragua en meses de corrientes y de sol. La pieza. El pulso con el gran pez espada es el pulso con su propia voluntad, en el límite de la supervivencia. El triunfo es suyo.
Poco importa que los tiburones devoren el pez, atado a la caña de la barca debido a su gran tamaño. Con la cabeza, la espina y la cola del ejemplar como testimonio de su hazaña arribó a casa en silencio, de noche. Gregorio, agotado y satisfecho, se fue a dormir.
Al día siguiente, Manolito le fue a buscar para salir con él a pescar.

Ernest Hemingway trasladó esta lírica real a la lírica de la literatura, escribiendo su inmortal novela El viejo y el mar, y bautizando a su protagonista como Santiago.

Uno, que entiende e interpreta como le parece, conoce a Frank Mundus y su Monster Fishing, a un entrenador y a su proyecto de épicas falsas, de capturas en aguas ajenas, de ascensos y de sonrisas desmesuradas. Uno, que entiende e interpreta a su manera, tiene su otro modelo, más lírico, menos ruidoso, de satisfacción íntima y de pequeñas lealtades. De paciencia y recato en el obrar.

¿Qué modelo es el vuestro?

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