lunes, 22 de septiembre de 2008

VALORES


Lo bueno de todo es que uno nunca deja de aprender. Y, alcanzada una edad –quiero decir superada una ingenua juventud–, lo mejor es que ve cómo se ratifican algunas de las cosas básicas que se asimilan con el tiempo. Para bien y para mal.
Así que uno trata de transmitir esos valores, las actitudes que permiten entender, aprender, disfrutar del waterpolo. Ser entrenador es algo más que ser un profesor de tácticas y técnicas; ganar partidos no te hace ser mejor, sólo más competitivo. Claro que quiero ganar (¡que nadie se confunda!), pero no a costa de hacer de las personas instrumentos para un fin. Como en todos los ámbitos, el humanismo es lo primero. Siempre.

En el Club Natació Badia tengo la gozosa oportunidad de enseñar lo que he experimentado en 30 años como jugador, entrenador, directivo, periodista... Y compruebo cómo, en el fondo, las cosas sólo consisten en actitudes, valores. De forma inexplicable –incontrolable y libre–, la mayoría de las personas se implican en un equipo. Por amistad, afición, capacidad, ilusión, sentido del compromiso, etc, las jugadoras acuden a la piscina y se genera una crecedumbre de relaciones que fortalecen el proyecto. Hay una fe en el grupo y, por lo tanto, en cada una de las personas que lo conforman. El deporte es así: gratuito, generoso, noble.
Sin embargo, la discordia y la faz menos digna de las personas también existe. Y comprobarlo es amargo. Ver cómo la duda, los resquemores, la envidia o simplemente la impaciencia pueden acabar dañando el ejercicio del deporte me apena.
Vivo lo primero y sobrellevo lo segundo, y no permito que lo negativo me empañe la luz de un grupo de dieciséis mujeres que ahora emprenden una nueva temporada. Archivo lo prosaico e intento vivir en la belleza de un equipo que crece, que ansía mejorar y que multiplica sus raíces, su compañerismo y su fe.

Lo bueno es que uno nunca deja de aprender y de disfrutar de lo intangible.

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