jueves, 9 de octubre de 2008

EN EL BANQUETE DE LOS NUMEROS SIRVEN SIRENAS

En 1943, durante el desembarco y liberación de Italia, con la U.S. Army instalada ya en Nápoles, los generales americanos y sus esposas celebraron una cena de gala en el palacio de los duques de Toledo. Relata Curzio Malaparte en La Piel el episodio entre surrealista y trágico que aconteció allí y en el que estuvo presente.
Dado que la pesca estaba prohibida para poder tener controlada la costa y para evitar accidentes con las minas, apenas había pescado en Nápoles. Así que para las contadas cenas de gala, el general Cork mandaba servir los peces del acuario de la ciudad. En aquella ilustre ocasión, con el acuario esquilmado, no se les ocurrió otra cosa a los sirvientes que sacrificar a la sirena.
«Y ahora todos contemplaban lívidos, mudos de sorpresa y de horror aquella pobre chiquilla muerta tendida con los ojos abiertos sobre la fuente de plata, sobre un lecho de verdes hojas de lechuga, en medio de una guirnalda roja de corales...».


Los sirvientes que son los gestores deportivos, en esta 'guerra' de las cuentas y los beneficios, ofrecen a menudo chiquillas cocinadas para agasajar a los políticos. Chiquillas que son sirenas y cuyo lugar está en el agua, nadando, deslizándose y creciendo como seres acuáticos entre la leyenda, la admiración y el sueño.
¿Qué bastarda razón permite que los gestores sacrifiquen a las sirenas? El dinero, claro. Lo que denominan 'optimización de las instalaciones'. En la guerra de los números, las sirenas y todos los valores que encarnan son las víctimas. No cuentan ni la belleza ni el espectáculo gratuito de su existencia, ni siquiera los hermosos cuentos que protagonizan. Sólo vale ofrecer una cuenta de resultados. Y así se sirven las chiquillas sacrificadas en el banquete de los números.

Uno de los mejores nadadores españoles, Aschwin Wildeboer, nacido y crecido en Sabadell y entrenado por su padre, Paulus, sopesa irse a entrenar a Australia. Desconozco si ya está allí. Su argumento es otra carga contra los gestores: «Estoy cansado de tener que compartir horarios y piscina con cursillos y señoras que hacen aquagym», afirma con éstas o parecidas palabras.
Las señoras, ¿hay que explicarlo?, pagan por utilizar la piscina. Aschwin también. Pero él sólo es uno, las señoras multiplican los números. De manera que el nadador olímpico se convierte en una molestia, y en un prepotente por pedir espacio para entrenarse. Ahora la piscina se verá libre por fin de este especimen acuático: no ha sido cocinado y servido, pero sí ha huido a aguas más transparentes.

En el libro de Malaparte, los generales y las esposas se quedaron lívidos. Nadie probó bocado. El anfitrión, el general Cork, quedó avergonzado y pidió mil excusas por ese plato de sirena-chiquilla.
En muchos lugares, y alguno próximo, se está pensando en cocinar a las waterpolistas. ¿Se avergüenza alguien?

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